viernes, 2 de marzo de 2018

“Educación y teléfono móvil: agua y aceite”


  Somos muchos los que todavía recordamos el estribillo: “se acabó la diversión, llegó el Comandante y mandó a parar…” ¡Sí, efectivamente, se trata de la canción de Carlos Puebla: “Y en eso llegó Fidel”, con la que el cantante cubano denunciaba, en aquel momento, el “prostíbulo” en que La Habana había sido convertida por obra y gracia del Imperio Yankee! La “Perla del Caribe”, tan cercana y tan querida para muchos bisnietos de isleños curiosos del lugar donde reposan los restos de algunos de sus antepasados, sigue siendo más lupanar que perla; aunque eso es harina de otro costal y la dejaremos para otro día… 

     Hoy, retumba en nuestros oídos el son de Carlos Puebla después de ver y escuchar en la Televisión Canaria que Javier Loño, Psiquiatra Infantil, mandó a parar la diversión: “aconseja a la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias a que prohíba el uso de los teléfonos móviles en los colegios”. La sinrazón, que nos ha intentado “endiñar” en estos últimos años “la pseudociencia a un solo clic”, se va al traste con la ciencia, con la Psquiatría Infantil, con el consejo de una autoridad en la materia: Javier Loño, quien fuera Jefe de Salud Mental Infantil del Hospital Universitario La Fe de Valencia. 

     Nada nuevo sobre el horizonte, si leemos los datos de varios estudios de universidades británicas y estadounidenses sobre la influencia negativa del teléfono móvil; no sólo en el campo de la Educación, sino también en la propagación de nuevas enfermedades mentales como la nomofobia o, lo que es lo mismo, ‘miedo irracional a estar sin teléfono móvil que llega a provocar ansiedad, dolores de cabeza y de estómago o pensamientos obsesivos, entre otros síntomas’. Nadie es ajeno a la realidad: los dispositivos móviles modernos provocan la distracción de los alumnos, por mucho que se nos venda que “el profesor no sabe enseñarle a sus alumnos la correcta utilización de estos medios de comunicación”. Medios de comunicación, no medios de educación, como bien nos ha aclarado don Javier Loño. Y es que por mucho que se nos repita una falacia, no va a ser cierta (el mismo Josep Goebbles se dio cuenta de que el pueblo no iba a ser siempre engañado y que, más tarde o más temprano, saldría de su letargo).  

   Las supuestas bondades que ven los pseudocientíficos en el uso del “smartphone” se van al garete cuando el “frustrado/a docente/a de la Educación Pública de tod@s y para tod@s” (con la unidad de medida del siglo XVI y con la o/a para crear un lenguaje más económico que pueda competir con el inglés) pide a sus alumnos que saquen el teléfono móvil con la finalidad pedagógica de buscar información y se encuentran con la dulce respuesta: “no tenemos megas, Profe”. Dulce porque la cruda y más habitual respuesta reza lo siguiente: ”¡sí hombre, voy a gastar mis megas en estas gilipolleces…!” Si partimos de la base de que las redes wifis de los centros educativos públicos de Canarias no están preparadas para atender las demandas de cientos de alumnos (y en muchos casos de los profesores), ¿podemos exigir a los padres que contraten internet para sus hijos? ¿Podemos exigir a los padres que les compren a sus hijos el último modelo de Iphone o de Samsung que contiene tal o cual aplicación para las clases de X materia? 

    Las crónicas de sucesos de los periódicos no están llenas de casos de hijos que se suicidan cuando los padres les sacan el teléfono móvil, pues la Policía prohíbe dar dicha información para evitar el “efecto llamada”; sí de casos de violencia generada por este dispositivo y las redes sociales, de acoso escolar (queda más chachi y pedagógico llamarlo “bullying”) o fuente vital para el hallazgo de pruebas en casos de asesinatos… Algunos padres justifican el monstruoso gasto de dinero que provoca el último modelo de teléfono móvil que le compraron a sus hijos en dos premisas irrenunciables e innegociables: ayudan a saber dónde están tus hijos y evitan discusiones con ellos y entre ellos, es decir, se ahorran fuertes discusiones con sus hijos y con sus parejas o ex-parejas. Algunos profesores y muchos pedagogos dan la bienvenida al teléfono móvil en el centro escolar y en el aula por motivos prácticos: los primeros, para evitarse el terrible mal trago de despojar a sus alumnos del dispositivo móvil; los segundos, para justificar su existencia con publicaciones que nos adentran en “nuevos modelos metodológicos”. También están los talibanes de las T.I.C., evidentemente, aquellos docentes que entre los distintos modelos educativos eligen uno solo, lo persiguen con una venda en los ojos y lo muestran como el mejor y como el único posible, llegando incluso a negar todo lo demás en innumerables publicaciones con las que creen que van a cambiar la Educación y a llenar sus bolsillos... 

 Parafraseando a Carlos Puebla, “aquí pensaban seguir, se acabó la diversión...”











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