domingo, 15 de enero de 2023

'Un día con Elsa López', Pedro R. Mederos Díaz

 Una jornada con Elsa no es un día cualquiera, como cualquiera sabe que Elsa solo hay una, por supuesto; aunque yo lo desconocía hasta que conocí a la persona…¡Y desde ese momento ya por fin lo supe! Todo el mundo conoce a la escritora, a la poetisa, al mito o a esa leyenda que la acompaña desde joven: hiperbólicos rumores o analfabetos chismorreos que desembocan en barrancos de Garafía y que entretienen a quienes llevan vacías vidas en sus valijas de viaje. Desconocía a la persona o a esa enorme personalidad que muchas mujeres postmodernistas de hoy en día ya quisieran tener para sí.

 

   Lo primero que dijo la poetisa al presentarnos en la Sala de Profesores del IES Cándido Marante de San Andrés y Sauces fue toda una sorprendente declaración de intenciones que llamó poderosamente mi atención: “a tu madre no la he llamado porque sé por lo que está pasando…” Un razonamiento que yo mismo desde joven he seguido a pies juntillas y que me ha llevado a ganar la fama de “raro”: ¿acaso hay que dar el pésame a alguien “por quedar bien”? Se comparte la pérdida de un ser querido cuando apetece y se sabe que es el momento preciso…¿O es que acaso las personas no tienen derecho a llorar o a buscar al ser que emprende su viaje en la intimidad de su soledad terrenal? 

 

  Mercedes, compañera de profesión y amiga de Elsa, nos regaló la presencia de la escritora en el centro de enseñanza ñamero. Nieves, amiga y también compañera, la propia Mercedes y yo habíamos concebido la original idea de pedir a la Comisión de la EBAU de Canarias que introdujera en su antología el poema “Yo vuelvo a La Palma”, excusa perfecta para que el Norte de la isla homenajeara a quien lo encontró hace muchos años en El Tablado, en Garafía…¡Si es que alguna vez lo perdió!

 

  Tan rápido como se pudo, nos trasladamos a un improvisado “cuarto del café”, en otro tiempo laboratorio de Química, e iniciamos un interminable encuentro que precedía a unas reconfortantes charlas que Elsa se prestó a impartir, de forma desinteresada, por ese húmedo castillo encantado que es el instituto de San Andrés y Sauces. Una enorme edificación que tiene su propia atalaya después de la fusión con el otrora primer ciclo de la ESO del colegio de al lado y con el edificio del antiguo instituto de Formación Profesional, al cual se accede subiendo una insufrible pendiente, después de traspasar el “otro puente” y cruzar por los pasillos de los fugaces encuentros con algún ser viviente (poca comunidad educativa para tan inmensa estructura de hormigón armado). A su vez, regalador de un maravilloso mirador que nos obsequiaba con la visión de una de esas mañanas de anaranjadas y amarillas alboradas, desconocidas para los que solamente podemos disfrutar de los azafranados y añiles atardeceres en el Valle de Aridane.

 

   Firme como su tersa y eterna piel de senectud extraviada, nada que ver con su inseguro personaje autobiográfico de El corazón de los pájaros, me atreví a hacerle a Elsa uno de esos comentarios que en más de una ocasión se ha ganado una metedura de pata por mi parte: “te miro, Elsa, y me quedo sorprendido de ese cutis sin señal alguna del paso del tiempo”. Lejos de pavonearse y sabiendo perfectamente que no se trataba de un cumplido, me replica en un tono sentencioso y seguro:”pues ni me maquillo ni me peino; le pregunto a Manolo que cómo estoy y ya sé que voy bien…”

 

   Hablamos de lo que el mar representó siempre para ella y para todos los que una vez emigramos: libertad siempre buscada y que estaba precisamente en el bolsillo, aunque no lo supiéramos…¿Por qué evadirnos hacia otros lugares, cuando todo está en nosotros mismos y en las circunstancias que creamos?

  Después nos atrevimos a navegar en barcos que siempre surcan ese océano capaz de conectar a su sufrida  y querida Guinea Ecuatorial con sus no menos amadas Islas Canarias y, sobre todo, con su isla, con La Palma, el auténtico amor de su vida que engendró a la otra parte de su espíritu. ¡Qué decir de la situación de su natal Guinea Ecuatorial…! La misma opinión que cualquier demócrata universal de bien: cinismo por parte de un Gobierno de España que denuncia dictaduras que atentan contra los Derechos Humanos y que silencia al sangriento régimen de Teodoro Obiang a cambio del beneficio de parte del nuevo oro negro y de las buenas relaciones comerciales.

 

   Y la jornada iba pasando entre charla y charla, ante la lela cara de gozo de los adolescentes; tal encantadora de serpientes, Elsa iba jugando con cada palabra, con cada gesto y con esa mirada eterna y penetrante que atraviesa el alma de forma dulce. No hubo que llamar la atención del joven que rompe la armonía con su teléfono móvil, azote de los que nos gusta enseñar y que te atiendan. Una mujer a la que no le hace falta romper la cohesión de su discurso ni tampoco la morfosintaxis de sus oraciones para reivindicar su femineidad y su preocupación ante la deriva que está tomando esta dictadura de internet, de las redes sociales, de Google o de cualquier pantalla azul que se apodera del cerebro de la juventud y la hace esclava.

 

   Nos trasladamos con ella de Madrid a El Tablado en un abrir y cerrar de ojos, allí donde se hizo fuerte ese amor indestructible que ni mil volcanes pudo ni podrá sepultar. Valentía y personalidad como mujer capaz de superponer el amor a cualquier tipo de convencionalismo, en unos retrógrados y puritanos pretéritos tiempos en ese norte de La Palma que comprendió y aceptó sus circunstancias en momentos complicados de su vida, a la vez que los más felices.

 

 Al despedirnos, una loca propuesta por mi parte: “esta experiencia se merece la redacción de ‘Un día con Elsa López’, ¿no te parece?” A lo que ella me respondió con su mirada eterna y su voz sentenciosa: “hazlo, espero que lo hagas…” ¡Qué nadie dude de que Elsa solo hay una, como ya desde este momento cualquiera debe saber, y que nos hace falta para que siga inspirando a esas nuevas generaciones que preparan su camino para la EBAU con su poema “Yo vuelvo a La Palma”!