sábado, 23 de marzo de 2024

“La vida inclusiva de Brian y la cohesión textual”, Pedro R. Mederos Díaz

  

 Hace ya un mes que la RAE ha vuelto a explicar que la gramática no tiene absolutamente nada que ver con el sexo o con esos rebuscados micromachismos. Se escandalizan los filólogos ante los acuerdos de la mesa del Congreso del 5 de diciembre de 2023, con recomendaciones absurdas que ponen en peligro no solo la cohesión textual, sino también la coherencia, el sentido y la correcta interpretación de las leyes.       

  También vuelve la polémica que crea la “Generación de Cristal” con exigencias para que se adapte la versión teatral de La vida de Brian o para que David Summers y Hombres G cambien a letra de su ya mítica canción “Sufre mamón”…¡Todo ello por lenguaje sexista!

    Son circunstancias que invitan a reflexionar sobre una sociedad en la que todo es susceptible de ofensa. En una polémica escena de la primera, La vida de Brian, esa eterna y genial sátira de los Monthy Python que pasó de ser políticamente incorrecta para la sociedad conservadora de finales de los años setenta y que ahora se torna en reaccionaria en el posmodernista siglo XXI, se produce un debate político del “Frente Popular de Judea”. En la misma, se observa como Stan afirma: “quiero ser mujer. Es mi derecho como hombre. A partir de ahora, llamadme Loretta”. Lejos de entrar en polémicas políticas sobre el conocido “género como autopercepción de sexo”, la intención es justamente todo lo contrario: denunciar la politización de la gramática. En esa misma escena se observa el debate entre Stan y Francis. Este último se pierde en su discurso ante las correcciones de Stan:

- Es el derecho inalienable de todo hombre, afirma Francis.

- O mujer, interrumpe Stan.

- Ser liberado, prosigue Francis.

- O liberada, vuelve a interrumpir Stan.

- O liberada…¡Gracias, hermano!, asevera Francis.

- O hermana, sigue interrumpiendo Stan.

  Después de esta última interrupción, Francis se queda perdido y pregunta:

- ¿Por dónde iba?

                                                                     

La escena es una brutal y genial parodia del llamado “lenguaje inclusivo”, un virus que atenta contra la gramática, ese conjunto de normas que consigue que un español se comunique con un mexicano; evitando así la deriva que tomó el Latín: un habitante de la actual Rumanía se podía comunicar en latín vulgar con otro de España. Las lenguas evolucionan de forma natural, cierto; involucionan si se hace de forma artificial o impuesta. 

    En este fragmento de la película se rompe, además, uno de los principios básicos de un idioma: la economía del lenguaje. Francis se siente perdido o aturdido porque hay elementos que lo distraen y que hacen complicada la comunicación. El receptor sufre la redundancia, una falta grave de cohesión textual.

    Esta propiedad del texto es el epicentro que desmonta toda esta demagogia política. Se podrían dar otras explicaciones que refutaran este atentado contra la lengua, bajo la primitiva falacia de quienes tratan de justificar estas sandeces con “lo que no se nombra, no existe” o “las niñas se sienten discriminadas…” ¡Ni un niño ni un adulto se sienten discriminados cuando se les llama personas o gente, ambas palabras de género femenino!

    Pero centrándonos en la cohesión, la misma es una de las principales propiedades que debe poseer un enunciado si se quiere considerar como texto, junto a la coherencia y a la adecuación. En este sentido, soy de los filólogos que cada vez le dan más importancia a la “Gramática del texto”. Es fundamental a la hora de redactar bien. Se podría definir a la cohesión como una estructura que asegura la unidad de un texto, conecta perfectamente los elementos sintácticos en función de los contenidos semánticos. En otras palabras: se encarga de la correcta utilización de los conectores, evita la redundancia a través de procedimientos tales como los campos semánticos o el empleo de la anáfora, de la catáfora o de la deixis, etc.

    Y es aquí, en la enseñanza de la también denominada Lingüística textual, cuando aparece la demagogia de docentes que se dedican a mezclar política y gramática, sabiendo que cohesión textual y lenguaje inclusivo son como meter en una jaula a una cabra  y a un león. ¿Para qué se enseña entonces la cohesión textual?

    Da vergüenza ajena cuando se lee en informes: “de 30 alumnados, superan la materia 22” (alumnado es un sustantivo colectivo que rige el verbo en singular). Últimamente se presiona a los docentes para que empleen términos como alumnado, profesorado, etc. No habría problema al respecto si se usaran bien, pues toda la vida se ha utilizado la palabra “proletariado”, por poner un ejemplo que todo el mundo ha escuchado; sin embargo, es imposible no emplear “alumnos”, a pesar de las presiones de las administraciones públicas para que se use la “neolengua”.

     En países como Francia se ha prohibido el empleo del lenguaje inclusivo; en Alemania, en el lenguaje judicial, por las confusiones. En España no solo se ningunea a la RAE, sino que se tilda a sus miembros de “fachas”, comodín para desacreditar a quienes a pesar de creer en lo público y en el estado del bienestar, no mezclan política y gramática...

    Los Monty Python aseguran que no van a cambiar la famosa escena del debate político del “Frente Popular de Judea” durante la adaptación teatral de la película La vida de Brian, a pesar de las presiones de la “Generación de Cristal”, esa para la que todo es susceptible de ofensa. Tampoco David Summers, quien ha afirmado que no cambiará ni una sola palabra de su canción…¿Por qué hay filólogos que doblan sus rodillas ante presiones políticas? ¿Por qué se hace caso omiso a la RAE y se siguen los disparates de los posmodernistas primero y los deconstructores después? Y lo más importante: ¿por qué se sigue obligando a escribir mal a los docentes?   












martes, 13 de febrero de 2024

“La penúltima de Esteban San Juan: El juego de los ególatras”, Pedro R. Mederos Díaz

  Una de esas ingeniosas frases de Les Luthiers con la que podríamos identificar a Esteban San Juan es la que reza: “no te tomes la vida en serio, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella”. El escritor palmero no es ya un neófito de la novela negra, pues nos presenta el 21 de abril su tercera obra: El juego de los ególatras, ganadora de la séptima edición del Premio «A sangre fría» de Novela negra 2022.

   A nadie se le pasó por la cabeza que Esteban, mi compañero de departamento en el IES Corralejo de Fuerteventura durante varios años, se atreviera con una novela…¡Y negra, para más inri! “Mis primeras impresiones” fueron de asombro, porque a pesar de saber que el amigo Esteban es un empedernido lector, no lo imaginaba por los recovecos de la literatura (es doctor por la Universidad de La Laguna y ha publicado artículos de Sociolingüística). Tipo irónico por naturaleza, cayendo a veces en la ancestral burlesca palmera, se metió de lleno en la novela policial, novela negra…O como quieran denominarla, porque no es cuestión de entrar en estériles discusiones sobre la etiquetación de su primera obra como una novela negra o de subgénero de una policial, si la segunda es una distopía o si la tercera es un thriller psicológico, porque las tres son oscuras en todos los sentidos: humor negro, escenas nocturnas, oscura sátira pesimista de la sociedad actual, etílicas sombras de imágenes oníricas que no distinguen la realidad de los sueños…

   Cabe recordar que se inició en el mundillo literario con No siempre llueven vírgenes, en la que el autor palmero describe esas dos partes de La Palma que divide Cumbre Nueva: una capital que administra la Isla Bonita y con tradición de hogar de antiguos marineros y piratas; otra, el Valle de Aridane, auténtico motor económico de la Isla de San Miguel de La Palma y asentamiento de terratenientes y “aguatenientes”. Lejos de tópicos y leyendas, se produce una serie de asesinatos en ambas partes de la isla que tienen como sospechosos a miembros de cada banda, de cada cantón de Benahoare.

   Después de unos inicios serios y titubeantes, el autor saca todo su humor negro, no dejando de lado esa tensión solemne que él impone desde el comienzo de la obra. En medio de la misma, personajes casi olvidados y oxidados en sus viejos despachos de nicotina, ron y ruidos de antiguas oficinas, junto con lúgubres parajes y antros de Los Cancajos y el Puerto de Tazacorte, mezclados con modernistas bulevares que unen Los Llanos de Aridane, París o Santa Cruz de La Palma. El final de la misma es tan inesperado, que el lector experimenta la sensación de querer una segunda parte o una serie. 

Continuó con Nuca olvidaré su adiós, en la cual el autor hace un guiño claro a George Orwell y a su novela 1984. El novelista palmero hace un híbrido entre una distopía marcada por la pandemia de la COVID-19 y un misterioso asesinato en la localidad de Corralejo, en Fuerteventura, que le da un aire de thriller que trata de ser resuelto por personajes del mundo de la educación. Dentro de un tono quizás más autobiográfico, el autor muestra todo un derroche de fina ironía sobre esta dictadura cultural que impone el postmodernismo: cualquier idea o afirmación que salga de la línea que marca el gobierno de turno o del único partido ético y moral es sujeta a ofensa o ataque a colectivos minoritarios y reprimidos. El fanatismo y la histeria colérica clama cada día ante supuestos “micromachismos”, cosificaciones o ataques “algofóbicos”, porque todos somos sospechosos de delitos de odio que deben ser juzgados por una especie de “ministerio de la verdad” orwelliano. Es una crítica clara al ataque de libertades que se coartaron durante el confinamiento producido por la pandemia de la COVID-19. En medio de todo, crisis y agotamiento de relaciones de parejas que se fueron agudizando durante la cuarentena: convivencia que acaba con la peor de las soluciones. ¡Y un final inesperado, como en la primera novela!

  En esta tercera, El juego de los ególatras, Esteban San Juan vuelve a la escena del crimen de la primera como un ciclón, tal otra tormenta tropical Delta que pone patas arriba a toda la Isla de La Palma y a sus estamentos; destapando toda una trama de corrupción institucional que sacude a la siempre tranquila y pausada capital de la isla. A través del personaje de Mario Berriel, pintor venezolano afincado en la Isla Bonita y acusado de un asesinato, y de Fariña, un policía que no está seguro de la culpabilidad de un artista cuya voluntad parece anulada por la surrealista manera de mezclar el mundo real y el onírico (¿tal Raskólnikov en Crimen y castigo?), se nos presenta un itinerario por un mundo que mezcla pintura y literatura, con influencias claras de Oscar Wilde (El retrato de Dorian Gray) y de Saramago y su Manual de pintura y caligrafía, de la literatura barroca de William Shakespeare o de Calderón de la Barca y las apariencias engañosas (La vida es sueño) y de la música. En medio de todo, el juego de egos de una mujer artista frustrada con un poder casi ilimitado, de un actor de teatro cuya psicopatía le lleva a perseguir a un pintor que es siempre esclavo del amor o de un político que antepone el éxito de su carrera a su verdadera condición humana. Todo ello aderezado de una acción y un dinamismo que ya empieza a ser el sello característico del autor palmero y que le da un carácter ameno a su lectura, a la vez que complementado de crímenes que deben ser resueltos, tensión sexual a raudales y suspense hasta el final.            

  Pues ya saben, como dijera Marcos Mundstock, de Les Luthiers: “no deje de ver El asesino misterioso; si usted ya la vio, no cuente el final; si usted aún no la vio, no adivinará hasta el último minuto que el asesino es Jack el forastero”… En este caso: no deje de leer la penúltima novela del amigo Esteban, porque habrá más y mejor…








jueves, 8 de febrero de 2024

“El Gran José Luis, ¡vaya!”, Pedro R. Mederos Díaz

 

  Lo primero que me contestó el amigo Henry cuando le envié su foto por whatsapp con la intención de que tratara de adivinar quién era el protagonista de la misma fue: “el Gran José Luis, vaya…” Treinta y pico San Martines largos tuvieron que pasar para que me reencontrara con nuestro profesor de Historia de España: José Luis Martín Pérez.

     Fue a finales de los famosos años ochenta del siglo pasado cuando en el IES Eusebio Barreto me dio clase el “Gran José Luis”, no José Luis. Era duro, muy duro aprobar la materia de Historia de España con él, aunque era de las pocas materias del Bachillerato en las que yo sacaba sobresaliente (ya en la carrera universitaria “me puse las pilas” y saqué buenas notas).

      Todos los docentes tenemos alguna “coletilla” que usamos sin darnos cuenta durante una sesión de clase…La de José Luis era: “…vaya”, “el rey Carlos II, un incapaz para asumir las funciones de gobierno; un inútil y un tolete, vaya”.

     Con esa valentía se nos presentaba José Luis en los juveniles y peligrosos comienzos de una democracia que, sin haber cumplido su mayoría de edad, ya había sufrido lo que en principio fue un Golpe de Estado fallido (el tristemente famoso 23 F, por ser el primero de la historia que es retransmitido en directo por la televisión) y que luego se supo que en realidad se trató de un Golpe de Gobierno de Juan Carlos I a Adolfo Suárez, por aquel entonces presidente del Gobierno de España (que por presiones internacionales no llegó a ningún puerto).

     Siempre sin pelos en la lengua y con elegancia en el correcto uso del lenguaje y en el vestir, todo hay que decirlo (siempre se presentaba con una americana sin corbata y unos pantalones vaqueros, como buen socialista que siempre ha sido), José Luis daba lecciones magistrales luego de dictarnos unos apuntes elaborados por él mismo. Explicaba punto por punto, de forma cronológica y con la mayor imparcialidad posible, datos y fechas, pasando después a jocosos comentarios personales, dejando siempre claro y de forma humilde que ese era su punto de vista.

    José Luis era el auténtico protagonista de la clase, cortando de cuajo cualquier intento de torpedeo de la misma por parte del gallito tonto de turno y recibiendo siempre la bendición de los parroquianos que disfrutábamos de sus clases y de sus filípicas a quien correspondiese en forma de “graciosos golpes”, ¡qué no eran pocos y que te hacían reír, prestarle atención y no perder la concentración!

     Al ritmo de castañas, piñas, costillas saladas y papas, regado todo de buen vino, me lo encontré en la celebración de San Martín del IES Luis Cobiella Cuevas, donde luego de su corta estancia en Los Llanos de Aridane, siguió sentando cátedra en Santa Cruz de La Palma durante muchos años.

     Todo un mito y un personaje en ambos lados de La Palma (también fue diputado), hablamos de política, de historia y de la triste deriva que estaba tomando la Educación, especialmente la Geografía y la Historia, a la que la nueva LOMLOE trata de eliminar cronología y contenido, proponiendo estériles debates sobre acontecimientos sin fechas e investigaciones sin previa base alguna; los dispositivos móviles y la dañina inteligencia artificial; de la idiosincrasia de los canarios y de los nacionalismos…

  ¡Fue en un San Martín del siglo XXI que organizaba el fiestero José Luis, uno de la vieja guardia del IES Luis Cobiella, el “Gran José Luis”, vaya!