Esteban San Juan es el autor de esta fría
infusión de muerte, de este potaje de sinsentidos de la vida y de una cronológica
cotidianeidad de La Parca, que en el conjunto de todos estos cuentos podría
cotejarse con un realismo mágico malentendido del siglo XXI, aunque cada cuento
en particular se acerca más a la frialdad del realismo más vodkaniano del ruso Dostoyesky o al perturbado suspense de Patricia
Highsmith.
A
simple vista, pareciera que el autor palmero no hubiera tendido puentes entre
trece cuentos, precisamente trece, que desafían los límites de la moral y que
se remachan con la fina y punzante ironía que siempre destila Esteban San Juan.
Y es
que hay que conocer la vida y obra del palmero para que se vayan destripando
todos y cada uno de los cuentos que componen El noble arte de morir. En este sentido y lejos de entrar en estériles
discusiones sobre la etiquetación de su primera obra como una novela negra o de
subgénero de una policial, de si la segunda es una distopía o si la tercera es
un thriller psicológico, las ya cuatro obras literarias (porque hay que incluir
a esta serie de cuentos) son oscuras en todos los sentidos: humor negro,
escenas nocturnas, oscura sátira pesimista de la sociedad actual, etílicas
sombras de imágenes oníricas que no distinguen la realidad de los sueños…
Cabe
recordar que el autor de Santa Cruz de La Palma se inició en el mundillo
literario con No siempre llueven vírgenes,
en la que el novelista describe esas dos partes de La Palma que divide Cumbre
Nueva: una capital que administra la Isla Bonita y con tradición de hogar de
antiguos marineros y piratas; otra, el Valle de Aridane, auténtico motor
económico de la Isla de San Miguel de La Palma y asentamiento de terratenientes
y “aguatenientes”. Lejos de tópicos y leyendas, se produce una serie de
asesinatos en ambas partes de la isla que tienen como sospechosos a miembros de
cada banda, de cada cantón de Benahoare. Después de unos inicios serios y
titubeantes, el autor saca todo su humor negro, no dejando de lado esa tensión
solemne que él impone desde el comienzo de la obra. En medio de la misma,
personajes casi olvidados y oxidados en sus viejos despachos de nicotina, ron y
ruidos de antiguas oficinas, junto con lúgubres parajes y antros de Los
Cancajos y el Puerto de Tazacorte, mezclados con modernistas bulevares que unen
Los Llanos de Aridane, París o Santa Cruz de La Palma. El final de la misma es
tan inesperado, que el lector experimenta la sensación de querer una segunda
parte o una serie.
Continuó con Nuca olvidaré su
adiós, obra en la que se hace un guiño claro a George Orwell y a su novela 1984. El novelista palmero hace un
híbrido entre una distopía marcada por la pandemia de la COVID-19 y un
misterioso asesinato en la localidad de Corralejo, en Fuerteventura, que le da
un aire de thriller que trata de ser resuelto por personajes del mundo de la Educación.
Dentro de un tono quizás más autobiográfico, el autor muestra todo un derroche
de fina ironía sobre esta dictadura cultural que impone el postmodernismo:
cualquier idea o afirmación que salga de la línea que marca el gobierno de
turno o del único partido ético y moral es sujeta a ofensa o ataque a
colectivos minoritarios y reprimidos. El fanatismo y la histeria colérica claman
cada día ante supuestos “micromachismos”, cosificaciones o ataques
“algofóbicos”, porque todos somos sospechosos de delitos de odio que deben ser
juzgados por una especie de “ministerio de la verdad” orwelliano. Es una
crítica clara al ataque de libertades que se coartaron durante el confinamiento
producido por la pandemia de la COVID-19. En medio de todo, crisis y
agotamiento de relaciones de parejas que se fueron agudizando durante la
cuarentena: convivencia que acaba con la peor de las soluciones. ¡Y un final
inesperado, como en la primera novela!
En la
tercera, El juego de los ególatras,
Esteban San Juan vuelve a la escena del crimen de la primera como un ciclón,
tal otra tropical tormenta Delta que pone patas arriba a toda la Isla de La
Palma y a sus estamentos; destapando toda una trama de corrupción institucional
que sacude a la siempre tranquila y pausada capital de la isla. A través del
personaje de Mario Berriel, pintor venezolano afincado en la Isla Bonita y
acusado de un asesinato, y de Fariña, un policía que no está seguro de la
culpabilidad de un artista cuya voluntad parece anulada por la surrealista
manera de mezclar el mundo real y el onírico
(¿tal Raskólnikov en Crimen y castigo?),
se nos presenta un itinerario por un mundo que mezcla pintura y literatura, con
influencias claras de Oscar Wilde (El
retrato de Dorian Gray) y de Saramago y su Manual de pintura y caligrafía, de la literatura barroca de William
Shakespeare o de Calderón de la Barca y las apariencias engañosas (La vida es sueño) y de la música. En
medio de todo, el juego de egos de una mujer artista frustrada con un poder
casi ilimitado, de un actor de teatro cuya psicopatía le lleva a perseguir a un
pintor que es siempre esclavo del amor o de un político que antepone el éxito
de su carrera a su verdadera condición humana. Todo ello aderezado de una
acción y un dinamismo que ya empieza a ser el sello característico del autor
palmero y que le da un carácter ameno a su lectura, a la vez que complementado
de crímenes que deben ser resueltos, tensión sexual a raudales y suspense hasta
el final.
En esta
última, El noble arte de morir,
Esteban San Juan abandona la isla de La Palma y la de Fuerteventura para
trasladarnos a espacios indefinidos, tanto urbanitas, como en su cuento El metro, como campestres (Hotelito o La casa del fin del mundo). Hace un cóctel de narraciones en
primera y tercera persona, siendo muy generoso en descripciones de paisajes y
personajes universales, en este caso. Es un constante desafío a la muerte que
mezcla el burlesco humor negro de El dedo,
pasando por la frialdad sudorosa de El
relato de un crimen y finalizando con un ajuste de cuentas con La cena.
A
diferencia de sus tres primeras novelas, las cuales se leían y se devoraban de
manera más rápida y fluida (a pesar del barroquismo del El juego de los ególatras), los cuentos que componen El noble arte de morir transcurren
lentos, muy lentos; lejos de la intención o no del autor por hacernos
reflexionar a la hora de destripar cada relato, con finales abiertos que juegan
con la interpretación del receptor y con “flashes” cotidianos que a más de uno
se le han pasado por la cabeza en algún episodio de estrés, ansiedad o
depresión en su vida…¿En forma de prolepsis?
En
definitiva, obra interesante del ya consolidado escritor Esteban San Juan que
está siendo todo un éxito de ventas y de seguimiento, no solo en las islas de
Fuerteventura o La Palma, sino recientemente en Gran Canaria. ¿Cuándo nos preparará
otra letal infusión de muerte el autor palmero?