En el último de los viajes a Estados Unidos, que duró los dos meses completos de verano, surgió la tercera visita a un matrimonio de “Isleños de La Luisiana” con el que había entablado amistad en Saint Bernard Parish y a un canario de Gran Canaria y a su mujer venezolana en Baton Rouge. Todo se planeó de forma improvisada y se ejecutó el más largo viaje en coche de nuestras vidas, desde The Windy City hasta Saint Bernard Parish, haciendo paradas en varios estados y en pequeñas “ciudades artificiales” que se diseñaban de las misma manera: un banco muy famoso, un motel barato, un hotel de lujo, varios restaurantes de las más famosas franquicias de comida rápida del país y dos gasolineras-hipermercados…Auténticos islotes sin ayuntamientos y sin residentes dentro de los océanos de kilómetros de autopistas que atravesaban el país de norte a sur.
La primera visita fue la
de Saint Bernard Parish, sitio donde esperaban unos amigos ya mayores que eran
descendientes de esa comunidad de canarios que desde el siglo XVIII ocuparon
esas tierras, a diez minutos de la ciudad de Nueva Orleans. La segunda fue a la
capital de Luisiana, Baton Rouge, en donde vivía el amigo grancanario de Santa
Lucía de Tirajana.
Fue un viaje que sirvió
para observar las grandes diferencias entre un estado rico, como Illinois,
comparado con otros menos prósperos, como Misisipi; aunque ya se observaba el
descuido y la exigüedad de ciudades próximas a Chicago como Saint Louis, en
Misuri. También sirvió para asombrarse de esa gran alfombra verde que es todo
el Sur histórico de Estados Unidos en verano, tal campo de golf interminable se
tratase, interrumpido en ocasiones con frondosos bosques de árboles y alguna
pequeña zona montañosa como las Great Smoky Mountains entre Tennesse y Carolina
del Norte, grandes montañas humeantes o llenas de niebla que forman parte de un
parque nacional.
A pesar de esas diferencias entre el Norte y el Sur, si la grandeza de un país pudiera medirse, basta con flotar por las blancas autopistas colgantes que conducen a la Ciudad de Nueva Orleans, cruzando las marismas y el mar...Unas excelsas infraestructuras con las que los ingenieros estadounidenses le echaron un pulso a la Madre Naturaleza, precisamente en una zona muy castigada por Ella. Todavía se veían las huellas que dejó el Huracán Katrina y las cicatrices no habían desaparecido de Saint Bernard Parish. Casas destrozadas y miles de familias de isleños que tuvieron que emigrar a Baton Rouge. La Luisiana es una zona de marismas, pantanos, ríos y también rías en las que desemboca el gran Río Mississippi, que a pesar de su contaminación, sigue albergando la vida de peces y mariscos en su desembocadura de Nueva Orleans. Tierras en las que excavar más de un metro conlleva encontrarte agua. En este sentido, en La Luisiana no hay tumbas en los cementerios y tampoco sótanos en las casas, sino nichos en los primeros y grandes desvanes en los segundos. En toda la zona hay pequeños arroyos llamados bayous y lagunas y canales llenos de caimanes, aves migratorias y demás fauna. Los isleños de Saint Bernard Parish mostraban su alegría y su hospitalidad cada vez que algún canario los visitaba, enseñándoles cómo atraían a los caimanes con algo tan poco natural como lo puede ser una nube, esa golosina hecha de almidón de millo y que encanta a niños y mayores, degustando la propia carne de caimán o sus deliciosos mariscos…¡Pero sobre todo, ese calor humano que desprendían esos isleños descendientes de canarios y que era correspondido por el cariño inmenso que solo un canario humilde y noble es capaz de demostrar!
Algunas de esas personas
ya están tristemente fallecidas, que no olvidadas de esa memoria colectiva que
se extiende por bayous y pantanos que todavía hablan ese dialecto canario que
se mantuvo hasta comienzos del siglo XX: “ansina
mismo es, con las jaybas que pescó Charlito…”.