martes, 13 de febrero de 2024

“La penúltima de Esteban San Juan: El juego de los ególatras”, Pedro R. Mederos Díaz

  Una de esas ingeniosas frases de Les Luthiers con la que podríamos identificar a Esteban San Juan es la que reza: “no te tomes la vida en serio, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella”. El escritor palmero no es ya un neófito de la novela negra, pues nos presenta el 21 de abril su tercera obra: El juego de los ególatras, ganadora de la séptima edición del Premio «A sangre fría» de Novela negra 2022.

   A nadie se le pasó por la cabeza que Esteban, mi compañero de departamento en el IES Corralejo de Fuerteventura durante varios años, se atreviera con una novela…¡Y negra, para más inri! “Mis primeras impresiones” fueron de asombro, porque a pesar de saber que el amigo Esteban es un empedernido lector, no lo imaginaba por los recovecos de la literatura (es doctor por la Universidad de La Laguna y ha publicado artículos de Sociolingüística). Tipo irónico por naturaleza, cayendo a veces en la ancestral burlesca palmera, se metió de lleno en la novela policial, novela negra…O como quieran denominarla, porque no es cuestión de entrar en estériles discusiones sobre la etiquetación de su primera obra como una novela negra o de subgénero de una policial, si la segunda es una distopía o si la tercera es un thriller psicológico, porque las tres son oscuras en todos los sentidos: humor negro, escenas nocturnas, oscura sátira pesimista de la sociedad actual, etílicas sombras de imágenes oníricas que no distinguen la realidad de los sueños…

   Cabe recordar que se inició en el mundillo literario con No siempre llueven vírgenes, en la que el autor palmero describe esas dos partes de La Palma que divide Cumbre Nueva: una capital que administra la Isla Bonita y con tradición de hogar de antiguos marineros y piratas; otra, el Valle de Aridane, auténtico motor económico de la Isla de San Miguel de La Palma y asentamiento de terratenientes y “aguatenientes”. Lejos de tópicos y leyendas, se produce una serie de asesinatos en ambas partes de la isla que tienen como sospechosos a miembros de cada banda, de cada cantón de Benahoare.

   Después de unos inicios serios y titubeantes, el autor saca todo su humor negro, no dejando de lado esa tensión solemne que él impone desde el comienzo de la obra. En medio de la misma, personajes casi olvidados y oxidados en sus viejos despachos de nicotina, ron y ruidos de antiguas oficinas, junto con lúgubres parajes y antros de Los Cancajos y el Puerto de Tazacorte, mezclados con modernistas bulevares que unen Los Llanos de Aridane, París o Santa Cruz de La Palma. El final de la misma es tan inesperado, que el lector experimenta la sensación de querer una segunda parte o una serie. 

Continuó con Nuca olvidaré su adiós, en la cual el autor hace un guiño claro a George Orwell y a su novela 1984. El novelista palmero hace un híbrido entre una distopía marcada por la pandemia de la COVID-19 y un misterioso asesinato en la localidad de Corralejo, en Fuerteventura, que le da un aire de thriller que trata de ser resuelto por personajes del mundo de la educación. Dentro de un tono quizás más autobiográfico, el autor muestra todo un derroche de fina ironía sobre esta dictadura cultural que impone el postmodernismo: cualquier idea o afirmación que salga de la línea que marca el gobierno de turno o del único partido ético y moral es sujeta a ofensa o ataque a colectivos minoritarios y reprimidos. El fanatismo y la histeria colérica clama cada día ante supuestos “micromachismos”, cosificaciones o ataques “algofóbicos”, porque todos somos sospechosos de delitos de odio que deben ser juzgados por una especie de “ministerio de la verdad” orwelliano. Es una crítica clara al ataque de libertades que se coartaron durante el confinamiento producido por la pandemia de la COVID-19. En medio de todo, crisis y agotamiento de relaciones de parejas que se fueron agudizando durante la cuarentena: convivencia que acaba con la peor de las soluciones. ¡Y un final inesperado, como en la primera novela!

  En esta tercera, El juego de los ególatras, Esteban San Juan vuelve a la escena del crimen de la primera como un ciclón, tal otra tormenta tropical Delta que pone patas arriba a toda la Isla de La Palma y a sus estamentos; destapando toda una trama de corrupción institucional que sacude a la siempre tranquila y pausada capital de la isla. A través del personaje de Mario Berriel, pintor venezolano afincado en la Isla Bonita y acusado de un asesinato, y de Fariña, un policía que no está seguro de la culpabilidad de un artista cuya voluntad parece anulada por la surrealista manera de mezclar el mundo real y el onírico (¿tal Raskólnikov en Crimen y castigo?), se nos presenta un itinerario por un mundo que mezcla pintura y literatura, con influencias claras de Oscar Wilde (El retrato de Dorian Gray) y de Saramago y su Manual de pintura y caligrafía, de la literatura barroca de William Shakespeare o de Calderón de la Barca y las apariencias engañosas (La vida es sueño) y de la música. En medio de todo, el juego de egos de una mujer artista frustrada con un poder casi ilimitado, de un actor de teatro cuya psicopatía le lleva a perseguir a un pintor que es siempre esclavo del amor o de un político que antepone el éxito de su carrera a su verdadera condición humana. Todo ello aderezado de una acción y un dinamismo que ya empieza a ser el sello característico del autor palmero y que le da un carácter ameno a su lectura, a la vez que complementado de crímenes que deben ser resueltos, tensión sexual a raudales y suspense hasta el final.            

  Pues ya saben, como dijera Marcos Mundstock, de Les Luthiers: “no deje de ver El asesino misterioso; si usted ya la vio, no cuente el final; si usted aún no la vio, no adivinará hasta el último minuto que el asesino es Jack el forastero”… En este caso: no deje de leer la penúltima novela del amigo Esteban, porque habrá más y mejor…








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