viernes, 18 de junio de 2010

Benito Pérez Galdós, máximo representante del realismo

    La “canariedad” de Benito Pérez Galdós 


  No hace mucho y al comienzo de la “crisis económica” que tanta indignación produjo en la ciudadanía, nuestro paisano Galdós volvió a ser rescatado de la nada para tildarlo de “visionario”…No se sabe exactamente quién recordó las frases de uno de sus ensayos, “La fe nacional y otros escritos”, en las que afirmaba: los dos partidos que se han concordado para turnarse pacíficamente en el poder son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado los mueve; no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que, de fijo, ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos... Si nada se puede esperar de las turbas monárquicas, tampoco debemos tener fe en la grey revolucionaria…”
  Mucho se ha rumoreado sobre los sentimientos de nuestro paisano Benito Pérez Galdós, todos ellos referidos a su “españolismo”, asociado a su vergüenza o complejo de ser canario. Hay quienes aseguran que nuestro novelista, en un símbolo de desprecio hacia la tierra que lo vio nacer, se sacudió sus zapatos de polvo (o de tierra) en el barco que lo llevaría a la Península Ibérica (algún testigo asegura que el gesto de desprecio fue evidente). Jamás afirmó Galdós que renunciara de su condición de canario o que sintiera vergüenza de ello, pues de todos eran conocidas sus visitas al Hogar Canario de Madrid. Sí es cierto que en sus obras apenas mencionó a Canarias y sí a Madrid, a su querida ciudad de Madrid, y en menor medida a Santander, lugar donde pasaba gran parte de sus vacaciones y donde llevaba a cabo el “locus amoenus” con su amante Emilia Pardo Bazán.
  En sus últimos años ya raíz del relevo de su hermano de la Capitanía General de Canarias, Benito Pérez Galdós se da cuenta de que su identidad difería de la del español, en una carta dirigida a Fernando León y Castillo, entonces gobernador de Canarias:
  
“Mi querido D. Fernando: ya sabes que Weyler relevó a mi hermano de la Capitanía General de Canarias. El motivo no ha sido otro que dar gusto a los militares que allá se han empeñado en tratarnos como a raza inferior. Lo que hay es que en nuestra provincia, que antes de la pérdida de las colonias era la última en la jerarquía administrativa y territorial, ahora ha venido a ser la primera. Pero nuestros hombres de Estado, que por lo visto carecen del don de hacerse cargo, no lo han comprendido así todavía, y Canarias, en el pensamiento de estos señores, continúa aún en las antípodas. Que allá se manda lo peor de cada casa bien a la vista está, que nos tienen por...cubanos o cosa así, también está demostrado por la conducta despectiva y arrogante del elemento militar. Entre febrero y marzo pienso volver a ese gran París, donde entre otras ventajas y dulzuras tienen uno la de descansar de ser español”.

Hace unos años, el filólogo Manuel García Ramos afirmaba no haber podido encontrar esta carta, pero sí la de respuesta de Fernando León y Castillo a la primera misiva:

Mi querido Don Benito, dices verdades como puños a propósito de Canarias. Cuanto tú me dices me lo tengo yo tragado. El relevo de Don Ignacio de la Capitanía General de aquellas islas ha sido un inmenso error. Tu hermano era allí una garantía de concordia y acierto. Supones bien al suponer que yo he de tratar a fondo la Cuestión de Canarias. Tú y yo tenemos ese deber como españoles y como canarios. Ferreras puede, si quiere, ayudarnos mucho con su influencia cerca de Sagasta y con la autoridad que tiene El Correo. Cuando nos veamos hablaremos de todo esto y tiraremos las primeras líneas de la campaña que indudablemente tendremos que hacer. Mucho me alegraré de verte pronto por aquí, según me anuncias en tu carta. La Reina Isabel me ha preguntado dos o tres veces cuándo vuelves. Mi familia te envía sus cariñosos recuerdos y yo me repito siempre tuyo buen amigo y paisano criollo”.

Como afirma Manuel García Ramos: “la administración colonial estaba cometiendo demasiados errores con Canarias y hombres influyentes en la Corte, como Pérez Galdós, como León y Castillo, se situaban al lado de las islas frente al poder metropolitano. Ambos se plantean hasta iniciar una campaña en defensa de los intereses de su archipiélago atlántico. Por otra parte, es muy significativa la despedida de la carta de Fernando de León y Castillo, cuando trata a Pérez Galdós de amigo y paisano criollo.
El criollismo era todo un movimiento de conciencia social y política surgido en la América hispánica desde el siglo XVII, fortalecido a lo largo de todo el siglo XVIII y responsable de los procesos de emancipación de las colonias del otro lado del Atlántico”.
Todo esto está lejos del discurso de Benito Pérez Galdós en Madrid, cuando un grupo de cincuenta canarios lo homenajean el nueve de diciembre de 1900: “vivirá siempre el alma española.... Tengamos fe en nuestros destinos, y digamos y declaremos que no se nos arrancará por la fuerza, como rama frágil y quebradiza, del tronco robusto a que pertenecemos”.

Sin pretender caer en dicotomías del tipo Canarias versus España, porque no las hay en la actualidad, nuestro novelista dio un viraje en sus últimos años, al igual que lo hiciera Nicolás Estévanez Murphy, militar español en Cuba (capitán) que pidió su baja del Ejército (Nicolás se indignó cuando tuvo que ver el fusilamiento de ocho jóvenes estudiantes cubanos. Ahí fue cuando afirmó: “antes que la Patria están la humanidad y la Justicia”. De fuertes ideas republicanas, pidió la autonomía de Cuba y Canarias desde el exilio).   
                      
                      Vida y obra                                                                


 Benito Pérez Galdós, el más importante novelista español del siglo XIX, nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1843. En 1862 se fue a estudiar Derecho a Madrid y allí residió el resto de su vida. Precisamente las calles y el ambiente de Madrid, que él llegó a conocer como nadie, serían después el escenario de muchas de sus novelas. Sin interés por el Derecho, carrera que nunca terminó, se dedicó por entero a la literatura, siendo nombrado académico de la Lengua en 1869.
  Desde un punto de vista ideológico, se definió desde joven corno progresista y anticlerical. Con el paso del tiempo, sus ideas se fueron radicalizando y adoptó posturas republicanas próximas al socialismo.
 Sus últimos años no fueron fáciles: pasó apuros económicos (para remediarlos probó fortuna en el teatro), perdió la vista y sus enemigos ideológicos impidieron que se le otorgara el Premio Nobel. Murió en Madrid en 1920.
  Además de su producción teatral (veinticuatro obras sin demasiado éxito, algunas de ellas adaptaciones de sus novelas) y periodística, Galdós escribió setenta y siete novelas, a través de las cuales se puede reconstruir la vida española del siglo XIX. Todo en ellas, personajes, escenarios, etc., es producto de la observación directa de la realidad; la sociedad española de la época es su materia narrativa y su fuente de inspiración.
 
            Su teoría de la novela

  Aunque Galdós no expresó nunca en forma sistemática una teoría acerca de la novela, podemos conocer algunas de sus ideas fundamentales en su concepción del novelar a través de sus dos ensayos: “Observaciones sobre la novela contemporánea en España”, publicado en 1870, al comienzo de su carrera novelística, y su “Discurso de recepción en la Real Academia Española”, en el año de 1897.
  En el primero de ellos, habla de la creación de una novela nacional de caracteres, basada en la pura observación. Además, esta futura novela nacional debería apoyarse en la recién formada clase media como material directo para sus construcciones artísticas. Galdós la llamaba "novela moderna de costumbres", es decir, la constitución de una novela de caracteres, basada en la observación directa (novela realista) y cuyo radio de acción había de ser la clase media española. En esta primera declaración del incipiente novelista, destacan tres aspectos importantes: 1) la novela ha de ser novela de caracteres; 2) la novela ha de basarse en la observación y mantenerse fiel a la realidad; 3) el tema de la novela debe ser la clase media española.
  En el segundo ensayo, compuesto después de haber dado cima a las obras más importantes de toda su producción, el autor revierte a estos mismos postulados, pero escoge como tema de su discurso el de “La sociedad presente como materia novelable”. El autor canario renuncia a hacer un estudio de la novela como arte propiamente dicho, ya que se desentiende de "la imagen representada por el artista”. En primer lugar, Galdós se refiere al hecho de que la sociedad que va a ser el modelo de su obra adquiere una doble función: primero como público lector; segundo como juez que califica severamente la imagen que tiene ante sus ojos. Ahora bien, este público lector asume intempestivamente otra función, o sea, la de autor que engendra las obras que él mismo lee, suplantando, al parecer, la obra del artista.
  Las características de esta sociedad, que constituye el material novelable, tienen un matiz de orden sociológico; sobresale, en primer término, la falta de unidad y de cohesión social, la cual se manifiesta de diversos modos: en la manera de constituirse los grupos familiares, en la zona misma de las creencias, en los hábitos y actitudes personales, en las instituciones políticas y aún en la esfera del sentimiento. Según el autor, el aspecto que ofrece esta masa amorfa es el de la descomposición, a causa del desmoronamiento de las antiguas clases sociales y su readaptación a la nueva realidad.
Al postulado de la observación directa de la realidad, viene a añadirse el de la humanización de los caracteres basada en su irreductible individualidad. Ahora bien, éste es precisamente el camino del verdadero realismo que Galdós tan asiduamente cultivó. Al proclamar que el nuevo orden social traía como consecuencia la destrucción de los tipos genéricos en el arte, la novela moderna tenía que decidirse por el análisis desnudo de los caracteres individuales, con sus singularidades propias y sus más íntimos sentimientos y pasiones: el artista debía proponerse la tarea de una reconstrucción veraz de la vida humana.
      
            Galdós y los realistas de su tiempo
   
                     Dickens

  Charles Dickens no llegó a ser un novelista verdaderamente nacional, a pesar del profundo conocimiento de su pueblo.  Su estilo podría llamarse “picaresco”, en el sentido de que muchos de sus libros consisten en una sarta de incidentes e infortunios sufridos por el mismo personaje. De aquí que el Pickwick de Oliver Twist pudo haber sido un referente para la primera serie de los Episodios Nacionales de Galdós. Después de Pickwick, Dickens abandonó el estilo picaresco y se dedicó a escribir muchas novelas extensas y con una trama novelística que les da unidad. Pero además de la trama novelística que hay casi siempre en las novelas de Dickens, siempre muestra una crítica a algo que se debe reformar en el país: los orfelinatos en Oliver Twist, los tribunales en Black House o las prisiones en Little Dorrit, por ejemplo. Aquí se distingue Dickens mucho de Balzac, que era un escritor esencialmente tradicionalista, nada reformador.
Charles Dickens logró reflejar perfectamente el mundo de la infancia, algo en lo que coincide con Galdós.
A diferencia de Dickens, lo cómico en Galdós procede de condiciones universales humanas. Charles Dickens saca lo cómico de circunstancias locales, sociales o convencionales.
También en Dickens hay una tendencia hacia lo neurótico, las exageraciones y lo morboso; sus personajes son buenos o malos, es decir, poco flexibles.

            Balzac

  Balzac es mucho más nacional que Dickens y en este aspecto influye en Galdós. El canario se dedica a retratar la sociedad española, al igual que el galo hace lo propio con la francesa (se ocupó casi exclusivamente de retratar la sociedad francesa). La Comedia Humana es de los cuadros más variados y sorprendentes de toda una sociedad. Eso sí,  La Comedia Humana prescinde casi enteramente de incluir a personajes de la clase trabajadora, excepto cuando son campesinos (debido, seguramente, al hecho de escribir Balzac antes de que llegara la revolución industrial).
  Otro aspecto en el que coincide Galdós con Balzac es en el de los personajes que aparecen en varios libros, es decir, un mismo personaje de una novela puede aparecer en otra, creándose de este modo “la impresión de mundo propio y autosuficiente, de un mundo donde el personaje no vive limitado a un círculo reducido…la reaparición de los personajes contribuye a humanizarlos y permite verlos como a los hombres se les ve en la vida cotidiana a través de miradas diversas y en momentos distintos”.
  La interpolación de elementos morales: la observación y simpatía con que retrata Balzac la aristocracia y la clase media (muy especialmente la aristocracia) son excepcionales. Balzac es un entusiasta del gobierno de la clase alta y un gran defensor del catolicismo, aunque en absoluto del Clero, llegando a críticas tan sañudas y mordientes como El cura de Tours. En cambio, el revés de la sociedad contemporánea nos pinta una sociedad secreta de aristócratas católicos que dedican sus vidas a la religión.
Lo folletinesco se hace inevitable a estos autores, en una tradición que heredan de etapas anteriores.

                   Dostoievsky

 Muchas de las semejanzas entre Dostoiesky y Galdós estriban en la creación de personajes con “mirada profunda” y “perspectiva múltiple”, alejados totalmente de la rigidez y el monoplano y encaminados a que su carácter fuera modelado por el punto de vista de los demás personajes. 

                         Cervantes

  La influencia de Miguel de Cervantes en la obra de Galdós es más que evidente, pues el autor canario fue un ávido lector de las obras cervantinas. Ambos sienten una actitud entrañable hacia el hombre; no hacia la humanidad en abstracto y procuran integrar lo real y lo maravilloso o la cordura y la demencia, sirviéndose del contraste entre diversos aspectos de la realidad para conquistar una verdad más compleja…una verdad total.
Son también rasgos quijotescos el humor, la socarronería, la proximidad al pueblo, el sentimiento moral o la concepción perspectivista de la realidad. También el concepto de Naturaleza y sus relaciones dialécticas con el ser humano: aquellos personajes que transgredían el orden natural eran castigados por ella.

                          El Naturalismo

- Uno de los rasgos naturalistas de Galdós era el procedimiento experimental, detallista.
- También compartía con los naturalistas la intuición de buscar el sentido de lo humano integral en lo más bajo y miserable (tanto en la sociedad como en el individuo). Estos instintos se manifiestan libres y sin ningún dominio de una idea superior que los ordene y que los arregle (hay ejemplos de ello en Fortunata y Jacinta).
- La importancia de considerar al individuo en relación con el hecho social.
Por el contrario, Galdós rechaza al Naturalismo en los siguientes aspectos:
- En Galdós, tiene mayor importancia el amor, como sentimiento del alma; en clara oposición al simple erotismo o sexo de los naturalistas franceses.
- También Galdós estaba en contra del determinismo, es decir, todo acontecimiento físico, incluyendo el pensamiento y acciones humanas, está causalmente determinado por la irrompible cadena causa-consecuencia y, por tanto, el estado actual "determina" en algún sentido el futuro.

                                Lenguaje

  El autor canario no era precisamente amante de la formas, pues éstas iban claramente en contra de plasmar la realidad tal y como es. Galdós buscaba la sencillez y se despreocupaba por las ataduras de las formas, en un claro intento de reflejar en su obra cómo hablaba y se expresaba realmente la sociedad de su época. Así, Galdós recurría incluso a reproducir el lenguaje de las clases medias y bajas, e incluso las germanías (jerga empleada por presos, por criminales, etc.).
Los diálogos de los personajes era una forma clara de lograr caracterizarlos.

                   Técnicas descriptivas y narrativas

   Entre las técnicas descriptivas, Galdós empleaba la llamada “descripción dinámica”, es decir, la ausencia de detenimiento sin perder por ello la precisión a la hora de hacer más creíble a los personajes.
  La imagen reveladora”, que produce una caracterización certera de personajes, tanto principales como secundarios (por medio de una metáfora, de una comparación o de una metonimia).
 También empleaba Galdós la “imagen continuada”, o lo que es lo mismo: concentrar la atención del lector en la caracterización de una situación o personaje sin fijarla rígidamente. Con ellos se puede crear imaginativamente un mundo y sus gentes o trazar el contorno de un alma.
  Benito Pérez Galdós aspiró siempre  a conseguir el llamado “narrador objetivo”, aquel que trata de no influir en el lector con la ausencia de la adjetivación.
Otra técnica empleada era  “la forma dialogada”, consistente en el empleo de diálogos que ayuden a dramatizar el desarrollo de la acción en sus novelas de situaciones. Si bien esta técnica ayudaba también a caracterizar al personaje, no ayudaba a la hora de que éste expresara sus sentimientos, deseos o impulsos o afectos inaccesibles a la palabra; por lo que recurría a insertar relatos de sueños o estados en los que la razón queda desechada, como los estados de locura de algunos de sus personajes o las visiones de otros. La iluminación de esos ámbitos oscuros aportará una visión completa del hombre y del mundo.
 También Galdós hizo uso del “monólogo interior”: A través del mismo, podemos conocer los pensamientos de los personajes, la tensión de los caracteres, conflictos planteados y aún no resueltos, deseos reprimidos, etc. El mérito de Galdós reside en dar la sensación de que piensa el personaje y no el autor.
 Otra técnica empleada es el “género epistolar”, mediante el cual da a sensación de que habla el personaje y no el autor; a la vez que los hechos se presentan de forma eslabonada y no sistemática: el lector no recibe más información que el lector personaje de las cartas (se ve en Doña Perfecta).
Técnicas impresionistas: realización de una descripción coloreada, por la atención a los detalles exteriores y a la fijación de una escena o un personaje mediante acumulación de pormenores: aromas, colores, ruidos.
 A pesar de todos estos procedimientos, Benito Pérez Galdós era consciente de que no era posible un total distanciamiento del autor de su obra, y explícitamente lo reconoce en el prólogo de El Abuelo.
  La maestría del lenguaje galdosiano ha sido muchas veces ponderada y otras veces denostada, pero el lenguaje popular, la lengua viva en las familias o en la intimidad de los amantes, ha sido estudiado con esmero para comprobar que los personajes representan las hablas de las diferentes capas sociales.
 El dominio del registro humorístico y todos sus territorios adyacentes como la ironía, la parodia, la caricatura y los elementos grotescos (así como los sueños, alucinaciones, fantasías y símbolos) van ampliando su frecuencia e importancia conforme va llegando su última etapa novelística. La novela de Galdós ha sido considerada la suma del español del siglo XIX donde el caudal léxico, la fraseología popular y coloquial, el descenso hacia el amaneramiento de la jerga oratoria de los políticos o el encanallamiento expresivo de la plebe, tiene una manifestación excelsa. Es el gran artífice del lenguaje oral, del que se sirve para los más variados recursos y provee de sutiles complejidades afectivas y psicológicas. Está en la línea de la oralidad que se abre con La Celestina y El Lazarillo de Tormes. Galdós llega a una solución de síntesis entre recursos lingüísticos y discursivos de la lengua viva.   

                 Trayectoria vital, ideología literaria

Si bien Galdós tuvo influencias del Naturalismo francés en 1884 y en 1885, se desvinculó totalmente de las mismas, al igual que lo hicieron Emilia Pardo Bazán o Leopoldo Alas Clarín, quienes se desmarcaron totalmente de Emilie Zola.
Galdós tenía claro que ya el Realismo español tenía precedentes claros en clásicos como El Buscón de Quevedo, El Lazarillo de Tormes, en El Quijote de Miguel de Cervantes o incluso en La Celestina. Incluso con Pereda y su costumbrismo en el siglo XIX. Galdós se decantó claramente por el “Realismo tradicional español”, el cual responde mejor a la verdad humana, como ocurría en la picaresca, sobre todo en El Buscón. Para Galdós, “las crudezas descriptivas pierden toda repugnancia bajo la máscara burlesca empleada por Quevedo”, lo cual resulta clave para entender su personal punto de enfrentamiento con el Naturalismo de Zola: la máscara burlesca ejerce una distancia espiritual en la percepción de la realidad cruda, la cual es necesaria antes que el objetivismo científico reclamado por el Naturalismo ortodoxo. Galdós venía a decir que el Naturalismo español, que concertaba lo serio y lo cómico, respondía mejor que el francés a la verdad humana; por eso mismo hablará de “la realidad de la Naturaleza y del alma”, conjunción copulativa que tácitamente rechaza el “materialismo zolesco”, añade Ayala. En definitiva, en su discurso inaugural de la RAE, expone su definición de novela: “Imagen de la vida es la novela y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos (…) todo esto sin olvidar que debe existir perfecto fiel de balanza entre la exactitud y la belleza de la reproducción”.
  En líneas generales y siguiendo a Ángel del Río, la trayectoria de Galdós podría definirse en términos generales afirmando que va de lo histórico y social a lo individual; de problemas generales, abstractos, a los problemas particulares del individuo y del alma humana; del realismo, que trata de de revelar lo interno por la descripción minuciosa, detallada, de lo externo, al análisis psicológico que penetra en el interior de la conciencia de sus personajes; de la materia al espíritu, y de un concepto positivista de la vida, la cual busca la verdad en los datos recogidos por la pura observación social del presente, a un espiritualismo religioso que ve en el presente y en la realidad simples manifestaciones temporales de los valores eternos que dan sentido a la vida humana: amor, justicia, hermandad entre los hombres…
 Su ingente producción alcanza treinta y dos novelas, cuarenta y seis Episodios Nacionales, veinticuatro obras de teatro y muchos artículos, cuentos y ensayos de crítica literaria. Su preocupación es la historia colectiva y personal, especialmente madrileña, pero también del resto de España, que conocía con detalle en su exterioridad y su historia. La libertad individual en política y creencias, la educación, el papel funesto de la Iglesia en las conciencias, el progreso, son sus temas predilectos. Define la clase media y simpatiza con movimientos progresistas como el Krausismo.

      El periodo revolucionario (1868 – 1874)

   También se conoce como “Periodo histórico”. A pesar de que muchos consideren que la producción de Galdós comienza con La sombra (1867), es La Fontana de Oro (1870) su obra más representativa de esta época. 
   Entre 1873 y 76 se vuelca con la primera serie de Episodios Nacionales.
 Galdós parte del Realismo para evolucionar al Naturalismo, como señalaron Casalduero y Shoemaker. Galdós veía a la clase media urbana contemporánea como filón inagotable para la novela, tratando de evitar el tono romántico del folletín.
   En 1870 y en “Observaciones sobre la novela contemporánea en España”, Galdós culpa al escapismo romántico el hecho de que España no estuviera a la altura de su tiempo y de los demás países de su entorno. Era necesario acabar con la fantasía ligera y los héroes de novela, cuando había una burguesía atractiva que estaba accediendo al protagonismo de la vida nacional y hacía frente a una aristocracia degenerada; aparte de un pueblo que se debatía entre las artes de la supervivencia, las modas efímeras y las permanentes esencias. Este proceso necesitaba de un cronista, de un crítico y de un narrador... Era necesario dar una nueva visión del mundo, aunque para ello el novelista tuviera que enfrentarse a la Iglesia.
Las obras de este periodo están escritas desde la perspectiva ideológica de una burguesía todavía en marcha ascendente, centrándose en algunos de sus principales obstáculos:
- El radicalismo.
- La reacción.
- El proletariado militante, que con su creciente aparición histórica pretende realizar su propia revolución por encima de la burguesía.
 Tanto La fontana de oro como El Audaz son dos novelas históricas que muestran a Galdós el camino a seguir en Episodios Nacionales: en la primera se propone descubrir los procesos ideológicos, sociales y políticos operantes en la España de la época a través de la interpretación del pasado reciente de un modo didáctico (estaba el levantamiento liberal de 1820 a 1823 y la situación análoga de 1868).
Obras como La sombra tienen interés porque suponen un paso intermedio entre el Romanticismo y el Realismo: sueños, alucinaciones, desdoblamientos de personajes…Curiosamente muy cercanos a sus últimas producciones (El Caballero encantado o La razón de la sinrazón).
Las dos primeras series de Episodios Nacionales las escribe entre 1873 y 1879. Son novelas históricas en las que también mezcla personajes ficticios con reales y la historia real con tramas ficticias. La primera serie engloba “La Guerra de la Independencia” y la segunda se desarrolla en el “Reinado de Fernando VII”. Algunos personajes se van repitiendo en cada serie, con lo cual les da continuidad aquí hay una influencia de Balzac).
  Según Shaw, el principal problema de Galdós fue el equilibrio entre distintos aspectos:
- Entre sucesos históricos y ficción (la vida de sus personajes).
- Entre fuerzas ideológicas opuestas, sin sacrificar sus simpatías liberales.
- Entre narración e interpretación.

 2.5.2 Los primeros años de la Restauración (1875 – 1878)

Con novelas como Doña Perfecta, Gloria, Marianela  y La Familia de León Roch  inicia este periodo que tratan casos de conciencia de tema religioso y anticlerical. Una serie de símbolos y alegorías sirven, como en Doña Perfecta, para subrayar la tesis religiosa. Movido por su talante progresista, Galdós muestra en sus primeras narraciones las consecuencias negativas de la intolerancia.
Surgen en esta época la segunda entrega de los Episodios Nacionales y un grupo de obras denominadas como novelas de tesis. A excepción de Marianela, Galdós toca en todas las novelas de tesis el tema religioso. La “cuestión religiosa” preocupaba a los dos bandos políticos enfrentados: liberales y conservadores. Se trataba del enfrentamiento claro entre dos pensamientos irreconciliables en aquel momento: progreso y religión.
 En comparación con los Episodios Nacionales, cada personaje es una síntesis de los muchos que aparecen en ellos. Se pasa de la denominada “técnica del mural”, en donde cada objeto o persona sólo tiene valor visto en el conjunto como elemento supeditado a la composición general, a la “técnica realista”. Trata de fundir lo social y lo individual en el carácter (personalidad del ser), reflejando al mismo tiempo el ambiente donde ese carácter se ha formado.
Una de las características de estas novelas de tesis es el maniqueísmo, la oposición de contrarios.
También se puede observar como característica que los personajes aparecen sin rasgos inherentes: se puede ver la evolución de los mismos al final, cuando ya se ha creado una imagen determinada de los mismos.
Ya por último, el autor es un director espiritual, de ahí la existencia del monólogo abundante y del discurso aclaratorio. Las intromisiones de Galdós son continuas y su partidismo se observa en numerosas ocasiones.
Galdós, según Shaw, estuvo interesado por la “religión natural”; no la “religión sobrenatural”. No tragaba el fanatismo y carácter inquisitorial de la Iglesia Católica, ni su dogmatismo e intromisión en todos los asuntos de la vida cotidiana.
Dentro de estas obras, hay que diferenciar Marianela por no abordar el tema religioso y sí el social de las minas del norte de España. La ciencia con su poder liberador al devolverle el médico Teodoro la vista a Pablo, teniendo como complejidad la finalización del enamoramiento de Pablo por Marianela.

2.5.3 La época del Realismo (1881 – 1891)

Se inicia con La desheredada, 1881 y finaliza con Realidad, 1889.
La desheredada se publica en el mismo año que el liberal Sagasta sube al poder. Entre sus características, podemos observar lo siguiente:
- Introducción de elementos naturalistas:
 . Incorpora “elementos sórdidos” de la “realidad física y psicológica”.
 . Inclinación hacia la “herencia y el determinismo social” como factores determinantes de la conducta humana. Se desplaza a los barrios bajos de Madrid.
- El paso de lo abstracto a lo concreto. Se deja de ciudades ficticias para centrarse en Madrid.
-”Movilidad social, en cuanto a que pasa de una sociedad cerrada y jerárquica, a una fluida y cambiante.
- Sus personajes pasan de ser tendenciosos a sutiles, con información a través de indicios.
- El diálogo se vuelve más realista, pasando al modo de”habla popular”.
- Recurre a la técnica de reaparición de personajes.
- Se percibe un cambio en el estilo, tono y tema:
. Tiene un discurso más objetivo.
. Pierde predominio el tema religioso y adquiere más importancia la “dolencia social”.
. Significado profundo de la narración, con el empleo de nombres simbólicos como Máximo Manso en contraposición con Manolito Piedra.
. Enlaza la historia de España con “historias personales” de cada personaje.
Desde esta fecha, Galdós sigue el idealismo educativo de los krausistas y se perfila como el precursor del regeneracionismo noventayochista. Juegan un papel importante:
- El antagonismo de clases.
- Reivindicaciones sociales de la clase obrera.
 La novela cumbre es Fortunata y Jacinta (dos historias de casadas), escrita después de un viaje a Francia y que para Gilman es un Danza de la Muerte del siglo XIX, en la que  son llamadas a comparecer las más distintas personalidades y clases para oír su declaración, en un español oral, limpio y complejo.
Montesinos ha dicho que la obra es una “selva de novelas entrecruzadas”, es decir, tres o quizás cuatro: la primera sería La boda de Juanito y Jacinta. La segunda, La boda de Fortunata y Maximiliano Rubín. La tercera contiene La pasión y muerte de la mujer, con el enloquecimiento del marido, con un punto culminante en la maternidad de la heroína, que concibe un hijo de Juanito.
Gullón ha visto una sucesión de triángulos afectivos cambiantes, donde Fortunata es la piedra que cierra la bóveda. Los personajes se encajan en una realidad política, económica y social muy tupida, que se presenta en continua evolución desde el asesinato de Prim, a la abdicación de Amadeo de Saboya; de la “Guerra Carlista”, a la “Restauración borbónica”, y este decorado externo pasa a ser parte de la ficción, donde “revolución, restauración” son títulos de capítulos que describen las tensiones entre las parejas. El paisaje es esencialmente madrileño. La figura de Fortunata crece pronto en la mente del lector y es la metáfora del pueblo, la pasión brutal, la llama pura, el latido feroz como una patada, la hermosura selvática e inextinguible, a pesar de la desgracia. La dulzura bondadosa de Jacinta ejerce sobre ella una gran fascinación y un ansia de emularla.
 Además aparece en la obra una ingente multitud de mil quinientos personajes y una mina de detalles precisos sobre la vida cotidiana: 240 personajes de la aristocracia, 810 de la clase media y 499 del pueblo. Son cifras que señalan la intención de construir una novela de las clases intermedias. Es una historia de mujeres casadas con un sentido trágico que responde a las tensiones dialécticas entre personajes y sociedad. Juanito burguesía; Fortunata pueblo, se integran en un triángulo amoroso donde chocan las clases sociales en un decorado histórico reconocible, aunque quepan lecturas simbólico-mitológicas de la obra.

2.5.4 El Idealismo (1891 – 1898)

Abriría un grupo novelas escritas en este periodo encabezadas por Ángel Guerra,de 1891, y lo cerraría El abuelo, de 1897.
Las novelas Ángel Guerra, Nazarín y Misericordia son antítesis de Torquemada, “nuevo inquisidor que abraza a la nación española”. Galdós vuelve al idealismo de sus primeras novelas, aunque de distinto signo, pues miran al futuro y no al pasado. Son personajes quijotescos que se estrellan contra el materialismo de la sociedad. En Misericordia y Nazarín desciende hasta los barrios bajos, reductos del amor y la generosidad.
Galdós propone una solución al problema social con un “socialismo evangélico” que, sin embargo, conduce a sus personajes al fracaso (Nazarín acaba siendo arrestado por la Guardia Civil).
Ángel del Río apunta que este idealismo no es una mera copia de Tolstoi o Dostoiesky, sino una evolución lógica de su arte y de su manera de ver la vida.
En esta época, Galdós se dedicará a igualmente a la creación de dramas y comedias. No tuvo el mismo éxito en este género, pero innovó y dio un paso definitivo hacia la modernización de diálogos

2.5.5 Militarismo republicano (1898 – 1920)

Los Episodios Nacionales, dramas y comedias ocuparán sus últimos años. Tan sólo escribió tres novelas: Casandra (1905), El caballero encantado (1909) y La razón de la sinrazón (1915).
Coincidiendo con el “Desastre del 98”, Galdós da una nueva dirección a su vida y a su obra. Se trata, en palabras de Víctor Fuentes, de “un carácter militante”, acorde con su pertenencia al Partido Republicano y posteriormente a la Conjunción republicano-socialista.
Obras de teatro como Electra (1901) o novelas como Casandra (1910) serán medios de combate a favor del republicanismo. La primera de ellas vincularía a Galdós con los modernistas primero y con los noventayochistas después, fundando ellos incluso la revista “Electra”.
Un aspecto noventayochista de Galdós será “Castilla, lo castellano y su paisaje”, un paisaje histórico en el que viven hombre reales, lejos del “campo idealizado, estático, refugio de escapistas idealizante” de Azorín. También se encuentra en él el concepto unamuniano de “intrahistoria”. El motor de la historia es ahora el pueblo (un cambio radical con respecto a su primera época).
En 1898 vuelve a retomar los Episodios Nacionales, obligado por su penuria económica tras el pleito con su socio y editor Miguel de la Cámara; sin embargo, su visión de la vida española ya es otra; pues la burguesía, en la que confiaba como agente de cambio, había traicionado los ideales de la Revolución del 68. Los últimos episodios, según Ángel del Río, penetran más en la realidad española, carecen del “romanticismo afectista de su primera época”, a la vez que sus recursos de narrador se han enriquecido.
Tanto en esta última serie de Episodios Nacionales como en El caballero encantado, se ve el antagonismo social.
En El Caballero encantado, Galdós propugna una “síntesis socializante”, a la que se llegará mediante la identificación de las clases medias y altas (del sector progresista y juvenil de éstas, y tras una regeneración educativa) con el pueblo y sus aspiraciones.
La influencia de Cervantes se hace evidente desde el mismo título, pasando por personajes y pasajes. Se puede ver en el libro realidad e imaginación, el realismo y la fantasía se interrelacionan a lo largo de ella…Lo que se ha llamado “realismo total”.  
A través de su desarrollo, quedarán plasmadas las diversas clases y sus integrantes: proletariado, campesinado, caciques, aristócratas…
Se denuncian varios asuntos como el caciquismo, fuente de corrupción política y social; la religión y el clericalismo; el absentismo; los políticos; el analfabetismo: uno de los grandes temas de Galdós es la “educación como instrumento, no ya para regenerar el país, sino para transformarlo”.

El Caballero encantado entronca con la literatura e ideología regeneracionista. Tengamos en cuenta que su protagonista se regenera y que aparece el tópico de la “España enferma”; sin embargo, no está marcado por su pesimismo.


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